“Dice el personaje del monólogo teatral “Azul” que cuando el corazón deja de latir, se tienen tres opciones: fingir que no se sabe, pensar que no se necesita… o extrañarlo”.
Gacitúa, 2012
Es evidente que a la forma en que vivimos hoy, le falla el
corazón: o dejamos de sentirlo o lo sentimos con demasiada intensidad. En ambos
extremos, en el desequilibrio, nos enfermamos.
Desde distintas disciplinas se va descubriendo y difundiendo información sobre la trascendencia de integrar los anhelos del corazón, las necesidades del cuerpo y las razones que aporta el pensamiento, pero lo que ha primado hasta hoy en las prácticas institucionales de la salud y de la educación es la fragmentación, la división entre pensamiento, cuerpo y emociones, valorizando el primero de estos aspectos como lo único importante.
Y seguimos transitando por vías trilladas y fallidas: refuerzos
económicos, aportes técnicos, cambios procedimentales, mejoras estructurales e
incremento en la cantidad de personal que atiende los centros, esfuerzos todos
que no logran revertir los malos resultados ni las malas sensaciones con que
termina una jornada de las personas que trabajan en salud y educación.
Sin dejar de honrar el hecho de que “las
generaciones anteriores se ocuparon de sus propios problemas, con sus propios
instrumentos y sus propios cánones de resolución ” (Kuhn, 1993), existe
consenso hoy respecto de que nos encontramos en un cambio de paradigma, por lo
que se precisa con urgencia difundir los nuevos conocimientos y validar las
técnicas que van surgiendo desde miradas
más integradoras y ponerlos a disposición de todas las personas con el fin de
no perpetuar las prácticas disociadas de las emociones que bullen en cualquier
contexto humano.
Así también, parafraseando lo dicho por el
personaje de la obra teatral mencionada al inicio, cuando se percibe que el
corazón de las instituciones de la educación o de la salud ha dejado de latir,
se puede fingir que no se sabe y seguir repitiendo lo conocido aunque no
funcione; se puede pensar que no se necesita y seguir desarrollando contenidos
y procedimientos que afectan sólo lo “mental” y lo “racional”; o se puede
extrañar… y salir en su búsqueda.
Una invitación a iniciar esta búsqueda es la
llamada “revolución emocional” (Bizquerra, 2010), iniciada a fines del siglo
XX, la que comenzó a revelar –y a relevar– aspectos del ser humano poco
valorados hasta entonces, como el hecho de que las emociones expresadas a
través del cuerpo son las que nos permiten pensar racionalmente, tomar
decisiones, aprender, memorizar y adquirir determinados valores, entre otras
conductas consideradas por mucho tiempo como sólo “mentales” (Casassus, 2009).
También, y sobre todo, que son las emociones las
que –al no ser reconocidas y acogidas– nos pueden enfermar y que
maravillosamente, son ellas mismas quienes nos pueden sanar.
Autora: Eugenia Mondaca Rivas, Máster en Educación Emocional
Referencias:
– Bisquerra, Rafael (2002). La competencia emocional. En M. Álvarez y R. Bisquerra. Manual de orientación y tutoría (pp. 144/69-144/83), Barcelona: Praxis. Disponible en: http://www.todosobremediacion.com.ar/articulos/colaboraciones148-la-competencia-emocional (consultado el 13/09/2012).
-Casassus, Juan (2009). La educación del ser emocional. Tercera edición, Indigo/ Cuarto propio.
-Gacitúa, Javiera (2011). Azul, obra dramática.
-Kuhn, Thomas S. (1996). La estructura de las revoluciones científicas. Fondo de Cultura Económica Chile S.A.,